miércoles, 27 de junio de 2007

CAPÍTULO TERCERO
EN EL QUE SE CUENTA CÓMO DIO INICIO EL BANQUETAL Y DE LA SORPRESA QUE SE LLEVÓ DON MIGUEL DE CERVANTES

Siete días después de mi bajada a los infiernos, la ora de mi carnaval o banquetal o quéséio había llegado. Debo reconocer, querido lector, que en un principio la desesperanza i el desánimo me tenían presa della; aún así, los preparativos para esta magna ceremonia estaban.
No eran las doce menos quarto cuando el primo de los banquesales dio con su llegada, descansando bajo una sonriente careta o máscara de papel resecado.
-¡Enorabuena!, sennor Cervantes.
-¡Norabuena!, contesté. Y agregué: -Si degrado has de venir al aqueste mi banquetal que para el mundo he organizado, ten mis más alegres palabras de bienvenidad. Eres el primero.
-Estoile mui gradecido, sennor.
-Si gustaredes, podéis fazeros con la plaza que más os acomode.
-Ansí faré. Grátulas en nueva vex.

Tan curioso como emocionado, al clavo exato del mediodía, vi venir a eso de la linea horizontal pequennos grupos de ombres. Supe entonces que aqueste mi carnaval tendría buen resurtado. Con la raçón frisaba i aún acertaba aquel pájaro de buenagüero.
Una vez llegados aquellos, éstos, los de allá, los de acá, los agunos, los agotros, tales i çutales, todos enmascarados, facto que non mui declaro entendía obta que me agradaba, comenzaron a llegar más i más, de tal raçón que no estimando en contarlos, aunque sobrepasaban los quincocientos a cata de reojo, me animé a seguir guardando lugar hasta que la una sobrara al mediodía. Ansí fize, tal como os digo, caro leetor, i fue tal la magnitú de los avenidos que ni aún recordando el número de citados los estimaría en tantos como hasta allí llegaron. Tal era la reunión. ¡Pero cuán sorprendido et más leticio estaba!

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